Autobiografía de Tomás Megías Marqués

Uno de mis linderos era el ganadero Plantas, hermano del que había dejado la parcela que yo tomaba, y convenimos de juntar los dos atajos durante las horas de pastoreo en el campo durante el verano cuando salíamos por la tarde y dormíamos en el campo donde nos hacía apaño y volvíamos al pueblo a otro día por la mañana, entonces las separábamos y cada uno se llevaba las suyas a su casa hasta la tarde que se juntaban otra vez. La tierra del compañero estaba desde el camino del Cristo al de Montiel y allí había, y hay, un prado donde sacaban yeso para la construcción. En los barrancos nacía el agua y se criaba carrizo de más de dos metros de alto, lo que me vino muy bien para el techo del porche que ya lo estaba construyendo. Los días que íbamos por el prado me llevaba una hoz y segaba todo lo que podía, lo que me sirvió de tejas para el cobertizo. Cuando estuvo seco pedí un carro y una bestia y me lo llevé al pueblo. Lo primero que hice fueron las paredes y machones donde apoyar los palos, que fueron de barro y piedras. Todo el trabajo lo hicimos mi esposa Clara y yo en el centro del día que era cuando estaba con las ovejas en el pueblo. Esto era en la casa de mi madre (q.e.p.d.), entonces calle de Porcarizo.

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El último año del contrato de la sierra fue el ‘44. Aquel año mandaron los dueños de la finca a un administrador para que estuviese al cargo de todos porque el terreno laborable lo dieron para que lo sembrasen al tercio, que eran dos partes para el que lo sembraba y una para el dueño de la finca.

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Algunas de las noches que me levantaba a recoger las ovejas coincidía con la hora del relevo de los mineros que iban hacia la mina y viceversa. Como no había tantos coches como ahora tenían que ir andando al trabajo. En seis meses que estuve en la Carolina me mandaron al pueblo dos veces, una con carro y mula, pasaba por Santa Elena, las Navas de Tolosa, Cárdenas y hacía noche en Santa Cruz de Mudela y al día siguiente a Membrilla, cuando volvías era el mismo itinerario. La segunda vez lo hice por tren, que lo cogía en la estación de Vilches. El descanso era tres días.

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El día 23 me tocó a mí. Me dieron un pasaporte para el tren hasta Manzanares. Esta fue la última noche que estuve con mis patronas. Al día siguiente, el 24 me despedí. Fui a Atocha, monté en un tren a las tres de la tarde y llegué a Manzanares a las siete, y desde allí a Membrilla andando donde llegué obscurecido. 

Para la familia fue una sorpresa, nadie sabía nada. Mi mujer, hasta ni en la cama se creía que estaba con ella, le parecía que estaba soñando, pero no fue así porque el día 25 de enero del año siguiente tuvimos el fruto de aquella noche que nos parecía un sueño: una niña, que se le puso de nombre Petra.

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