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Microreserva de los Albardinales

Capítulo 16. De la Carolina a Membrilla

Algunas de las noches que me levantaba a recoger las ovejas coincidía con la hora del relevo de los mineros que iban hacia la mina y viceversa. Como no había tantos coches como ahora tenían que ir andando al trabajo. En seis meses que estuve en la Carolina me mandaron al pueblo dos veces, una con carro y mula, pasaba por Santa Elena, las Navas de Tolosa, Cárdenas y hacía noche en Santa Cruz de Mudela y al día siguiente a Membrilla, cuando volvías era el mismo itinerario. La segunda vez lo hice por tren, que lo cogía en la estación de Vilches. El descanso era tres días.

Cumplido el contrato del terreno, salimos para el pueblo. Cerca de Santa Elena salía una vereda, dirección oeste al margen de un río hasta llegar a Sierra Morena donde se apartaba a la derecha. La travesía de la sierra hasta el Viso del Marqués fue muy difícil: había tanta maleza de leña y madroñeras que algunos tramos del camino se reducían a unos tres metros de ancho, además, el ramaje era tan alto que se juntaba por arriba formando un túnel, lo que impedía que nos diese el sol. A un Km. antes de llegar al Viso el monte era de un metro de alto y el camino tenía más anchura y por allí se nos hizo de noche, descargamos el hato y llevamos a las bestias a la casa del guarda que estaba muy cerca. Nos dijo el casero que había muchos lobos y que teníamos que tener una lumbre grande toda la noche para ahuyentarlos. Así lo hicimos y además siempre uno de guardia hasta que fue de día.

Por la mañana cuando fuimos a por las bestias, nos enseñó el guarda la piel de una loba grande que había matado y dos lobillos pequeños, estos los tenía vivos. Cargamos el hato y salimos camino de Membrilla a la rastrojera del pueblo. Esto ya era en 1.942; nada más llegar al pueblo me habló el patrón si quería seguir a su servicio, le dije que sí. nos pusimos de acuerdo en la subida salarial que fue de otras cinco corderas más, con esas juntaba veinte. Yo exigía la subida del sueldo, pero el trabajo también me lo exigía a mí mismo. Esta es la causa de estar siempre de mutuo acuerdo con la subida del sueldo. En dinero, siempre ganaba lo justo para los gastos de mi mujer, y lo que podía sobrarme eran los animales que iba ahorrando, y de esa forma podría llegar a ser ganadero y no tener que darle gusto a nadie, y así ocurrió. Otra vez en la rastrojera del pueblo que empezaba en la Cañada Vieja por el camino de Montiel hasta los Albardinales.

Pasado el verano otra vez al invernadero. Esta vez a la sierra de El Peral con un contrato para tres años. Allí se estaba bien, había una casa muy grande, un corral y dos porches. También había dos caseros guardas para la finca, Joaquín Sotana y Paco el Mínimo. Como he dicho antes toda mi afición era poder independizarme y comencé a hacer previsiones para cuando ese día llegase. Pensando que tenía que hacer un porche y que no tendría dinero, mira por donde había en la entrada de la casa unos álamos de unos seis años, se habían secado y los habían cortado, les dije a los caseros que si me los vendían, pero como no les valían para nada me los regalaron, y como yo no fumaba y tenía el tabaco que me daban por mi ración les di unas cajetillas y se pusieron tan contentos, después me los llevé al pueblo con el carro del amo. Ya tenía principios para el cobertizo.

Todos los años hacíamos el nuevo contrato dos meses antes de llegar San Pedro, esto era porque el patrón sabía que me solicitaban otros ganaderos, pero siempre llegaban tarde.

Llegué a juntar treinta animales, cosa que no conseguía ningún otro criado. A causa de mi elevado sueldo, llegaron a decirle al patrón, que porqué me admitía tantas ovejas, que los pastores de ellos les exigían ganar lo que Tomas. La respuesta fue: «Le pago lo que merece su trabajo».