Autobiografía de Tomás Megías Marqués

Allí estuvimos hasta el mes de junio, fecha de los cambios de pastores.

Ya había transcurrido otro año y yo tenía 23 y otro nuevo patrón, éste de Manzanares, Don Francisco Álvarez «El Heredero». Este señor no quería ovejas de los criados, por lo que tuve que dar las mías en arriendo. Sin embargo, nos daba: al mayoral el 6% de la producción del ganado; a mí el 5%; y a los ayudantes el 3%. Además, nos daba, una fanega de trigo y 6 libras de aceite todos los meses más algún dinero, que no recuerdo cuánto, pero a fin de año sacábamos un buen sueldo. Al año nos subieron otro 1% más.

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El rebaño de esta casa donde estaba era tan pequeño, que no me consentían más ovejas que las que llevé y corno yo pensaba hacerme ganadero me marché a una compañía de carniceros donde me consentían hasta 20, la manutención y 50 pts al mes. Ya tenía 19 años. Este ganado pastaba en la Chicharra y casa de Don Gonzalo, cerca de la sierra de Vaíllo. Allí había casero, corrales, porches y una casita pequeña para los pastores, que sólo éramos el mayoral y yo. Teníamos una yegua para ir al pueblo a mudarnos de ropa y llevarnos el hato. Algunas noches en las entremedias, me iba “de estraperlo”, sin tocarme ir al pueblo, esto era por la novia, que no quería estar tanto tiempo sin verme y regresaba al ganado a la una de la noche. Esta profesión ya no me gustaba nada, pero como no sabía hacer ningún otro oficio, tenía que seguir con el mismo y fue cuando pensé que la única solución que tenía era cuando me fuese a la mili, quedarme voluntario en el ejército.

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Esta finca tenía una alameda muy grande y una fuente que parecía un pozo, tenía 2 m. de honda por 1,50 de diámetro.

En los seis meses que estuvimos allí vine al pueblo dos veces. Salía de la majada a la una de la noche con dos mulos y regresaba a los tres días cargados de hato y las ropas limpias para los compañeros. Llegaba al pueblo a las once de la mañana. Como era invierno, aunque te arropabas con una manta, a fin de tiempo te quedabas helado, así que, unas veces iba montado y otras andando . Cuando salía del pueblo eran las siete de la mañana y llagaba al chozo a la puesta del sol. El pan se llevaba para quince días y además de ponerse duro se enmohecía. Así fue pasando el invierno y a últimos de mayo, de regreso a la casa de Don Juan.

Aquí me mandaban cada quince días al pueblo y comencé a buscar novia pero como era pastor no me aceptaban las chicas, porque no quería estar tanto tiempo sin verme.

Es verano y hay que hacer las cuerdas, las sogas y las trabas para la próxima campaña. Tomás, como siempre, el primero en terminar esa faena y como había ascendido, descuidaba al mayoral cuando el fallaba.

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El descanso, sólo duró 24 horas, porque enseguida fue a casa el señor Lorenzo (Loma) y me contrató por 35 pesetas al mes y la manutención. Este ganadero pastaba en la vega, desde la casa del Cebollero hasta Zamorano en donde tenía un aposento de su propiedad, pero veníamos al pueblo todas las noches, por Jo que yo aprovechaba para leer en cuanto tenía un momento oportuno. Con las ovejas, el hijo del amo y yo íbamos hasta que se fue a la mili. Después, durante ese tiempo, fue el padre conmigo. Cuando se licenció me trajo un reloj de bolsillo por 12 pesetas y Jo tuve marchando más de treinta años. Nuevamente se incorpora a la faena del ganado. Yo tenía una ovejilla y pensando juntar algunas más, cosa que no le agradó nada y menos cuando parió y junté dos. Pero sin saber cómo, se quedó otra vez preñada y en un año parió dos veces. Era últimos de mayo, venía yo tan contento con mi nueva corderita por la carretera de la Vega hacia el pueblo, cuando por el kilómetro dos me dice el Lorencito que así se llamaba.

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