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Capítulo 7. En el frente

A los diez días de llegar, una tarde nos entregaron un fusil y una cartuchera. Las instrucciones fueron tan precarias que sólo nos dijeron: «Así se abre, se mete un cargador, se cierra y se tira del gatillo y a tirar tiros». Después nos dieron de cenar y nada más terminar nos montaron en camiones y salirnos para un frente. Cuando llevábamos media hora de camino, aparecieron por encima de nosotros unos aviones enemigos. Pararon los camiones, nos bajamos, nos desplegamos a un lado y otro de la carretera, echándonos cuerpo a tierra y sin hacer ningún ruido. Primer susto antes de llegar al frente, pero no pasó nada y reanudamos nuevamente el viaje.

Corno era de noche no sabíamos ni por donde íbamos, lo que sí sé es que nos descargaron junto a un río y el terreno tenía algo de monte bajo y algunas encinas, en donde dormimos un rato hasta hacerse de día, que nos volvieron a dar el desayuno y después salimos desplegados hacia una pared de piedra que resultó ser la del Pardo y era donde estaba nuestro frente, pero antes de llegar a él nos vió el enemigo y nos comenzó a ametrallar, nos tirarnos cuerpo a tierra y silbaban las balas por encima de nosotros, y arrastrándonos entre la leña pudimos llegar a nuestro objetivo. La pared tenía más de un metro de alta y era la que nos servía de parapeto. Al enemigo no lo veiamos pero las balas pasaban por encima de la “paerilla”.

Un día me desplacé a unos 20 metros para hacer de vientre pero me localizaron y me tiraron una ráfaga de ametralladora, me tiré al suelo y creerían que me habían matado porque dejaron de tirar. Yo me volví a mi puesto pero arrastra; se me quitó la gana y hasta que no fue de noche no fui a hacer mis necesidades. Pocos días después la cosa estaba tranquila y un compañero que tocaba el acordeón y nos divertía hizo como yo, se retiró para hacer de vientre, pero igual que a mí le tiraron con una ametralladora, le dieron un tiro en la espalda y cayó muerto al suelo. Se le mandó razón al jefe, llevó pico y pala y cuando se hizo de noche le dimos sepultura. Allí quedó para siempre. iQ.E.P.D.!

Desde este frente nos trasladaron la cuesta de las Perdices. De allí tengo un buen recuerdo. Las trincheras iban por la cuneta adelante de la carretera de Extrernadura. El enemigo estaba al Norte de nosotros pero no se veía, ni se oía un tiro, pero el día 16 de enero del 37 a media mañana se nos avisó que por la noche había que saltar las trincheras para ir a buscar al enemigo. Poco después comencé a ponerme malo, se lo dije al sargento, pero no me hizo caso, pero yo cada vez estaba peor. Llegó mediodía y no comí nada, y se la comió otro compañero; éste fue el que le dijo al sargento que yo no había comido y estaba peor. iEra del miedo que tenía! Al fin me mandó a un botiquín y pequeño hospital que había muy cerca en el Hipódromo del Rey. Allí había un practicante y un enfermero para atender las cosas de poca importancia. Cuando llegué me preguntaron qué mepasaba, les dije que tenía mal cuerpo y no tenía ganas de comer. Me dieron un tazón de leche, hice como que no me la podía beber, después, me acosté en una colchoneta de esparto que eran las camas que había.

Llegó la noche y mis compañeros dieron el asalto que tenían previsto. Sobre la una comenzaron a llegar heridos y los más graves seguían para Madrid. De los muertos no sabíamos nada. Cuando se hizo de día llegó un capitán a revisar los heridos y enfermos, cuando llegó a mí, me preguntó qué me pasaba, mi respuesta fue la que había dado las veces anteriores, que me encontraba mal y no tenía ganas de comer, me tomaron la tem­ peratura, y el termómetro marcó 36·5°, cuando la vió el Capitán me dijo:

- "Coge el fusil y vete a tu puesto, y allí se te abrirán las ganas".

Así lo hice pero la nube ya había pasado y habían muerto varios, entre ellos un portugués muy conocido. Después de ese jaleo tuvieron que volverse al punto de partida. En Febrero nos mudaron de posición pero el frente era el mismo. Aquí teníamos las trincheras descubiertas, tenían la profundidad de la altura del hombre para que así pudiéramos ver al enemigo si venía, pero no se dió tal caso. Allí también teníamos el enemigo al Norte. y a poco más de 1 km. Veíamos un cerrillo de poca elevación pero de mucha extensión. Este lo tenían cercado con una valla de tela metálica con unos «barrones» de hierro muy fuertes.

A últimos de Febrero, unos días antes de cumplir yo 26 años, recién puesto el sol pasó por la trinchera un jefe y nos iba diciendo la consigna que temamos para aque1la noche en la que teniarnos que quitarle el cerrillo al enemigo. Nos dieron de cenar un bote de potaje ruso, un rato después vuelve el que nos había dado la consigna, me preguntó por ella, yo no me acordaba, y me dijo:

iSi cuando saltemos la trinchera, te pregunto y no me la dices, te pego cinco tiros!.

Así pone uno cuidado en las cosas, todavía no se me ha olvidado.

Eran las tres de la madrugada cuando nos dieron la orden de salida. La luna se estaba poniendo, íbamos avanzando y un comisario iba en la retaguardia, cuando oímos un disparo, resultó ser que uno de los milicianos se quedó un poco atrás de los demás, el Comisario lo vio, le pegó un tiro, lo mató y allí se quedó. Esto lo hicieron saber para ejemplo de los demás. Desde entonces yo procuraba de ir en los de en medio. Llegamos a la valla, la cortaron e hicieron un boquete de unos 8 m., por allí teníamos que pasar todos, después desplegarnos y rodear todo el cerro, a media ladera tenían las trincheras con ametralladoras, fusiles y morteros.

¿Cómo íbamos a poder quitárselo? Subimos una vez y cuando se dieron cuenta, abrieron fuego y no nos podíamos mover. Pegados al suelo, retrocedimos hasta la valla. Media hora después todo estaba en calma. Nos mandaron subir otra vez. Íbamos arrastras y sin hacer ruido, pero pronto comenzó el fuego contra nosotros y nos pasaban las balas y los morteros por encima. Algunas balas iban más bajas y mataban y herían. Uno de los heridos fue el paisano Valentín Simón (Pampán) que era y es muy amigo mío. Lo bajaron arrastra hasta la valla. Se lo llevaron los camilleros y después una ambulancia hasta Madrid. Otra vez para atrás sin ningún resultado, todo fue inútil. Viendo el Capitán que no podíamos hacer nada mandó un enlace al comandante para decirle que había que retirarnos porque se hacía de día y nos matarían a todos. El comandante contestó que no nos moveríamos de allí hasta que él no lo ordenase, pero los milicianos que estaban luchando desde el comienzo de Ja guerra ya sabían mucho y no obedecieron esta orden, diciéndole al capitán que nos mandaba, que se irían a las trincheras de donde habían salido, antes que nos matasen allí, y así Jo hicimos. Salimos todos de marcha y el capitán detrás de nosotros. Tuvimos que ir muy deprisa porque se nos hacía de día. Cuando el comandante se enteró de que habíamos abandonado el cerrillo mandó a pedir un relevo y a nosotros nos desarmó, pero los portugueses no entregaron los cintos de bombas de mano que tenían. Nos montaron en camiones y nos llevaron al Cristo del Pardo. Nos querían meter en el convento. Nos formaban mirando a la puerta, pero nadie se metía dentro por temor que nos hiciesen alguna cosa. Los portugueses con las bombas en sus cinturas exigieron que viniesen de Madrid unos mandos que ellos conocían y así lo hicieron. Vinieron dos coches con los jefes superiores, nos dieron una charla y nos prometieron que no pasaría nada. Entonces pasamos al convento que nos sirvió de cuartel.