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Capítulo 5. Trabajando por mi cuenta

El rebaño de esta casa donde estaba era tan pequeño, que no me consentían más ovejas que las que llevé y corno yo pensaba hacerme ganadero me marché a una compañía de carniceros donde me consentían hasta 20, la manutención y 50 pts al mes. Ya tenía 19 años. Este ganado pastaba en la Chicharra y casa de Don Gonzalo, cerca de la sierra de Vaíllo. Allí había casero, corrales, porches y una casita pequeña para los pastores, que sólo éramos el mayoral y yo. Teníamos una yegua para ir al pueblo a mudarnos de ropa y llevarnos el hato. Algunas noches en las entremedias, me iba “de estraperlo”, sin tocarme ir al pueblo, esto era por la novia, que no quería estar tanto tiempo sin verme y regresaba al ganado a la una de la noche. Esta profesión ya no me gustaba nada, pero como no sabía hacer ningún otro oficio, tenía que seguir con el mismo y fue cuando pensé que la única solución que tenía era cuando me fuese a la mili, quedarme voluntario en el ejército.

Para esto comencé a estudiar en una ordenanza militar y cuando llegó el sorteo para tener que marcharnos me sabía todos los que mandaban desde el cabo hasta el Capitán General, el tratamiento que tenían y las insignias que les correspondían y el sitio en que las tenían que llevar puestas, según su categoría. Pero todo fue inútil, era un castillo en el aire y se me derrumbó. El sorteo se celebraba igual que ahora, en Ciudad Real, y fuimos varios a presenciar nuestra suerte. No sé lo que sería la mía, si suerte o desgracia, el caso fue que salí excedente y tuve que seguir guardando ovejas.

Yo tenía 21 años y de esta profesión no podía escapar y comencé a pensar de nuevo en juntar muchas ovejas y hacerme ganadero, cosa que aunque con muchas dificultades al fin lo conseguí. Los carniceros me despidieron con el pretexto de que tenía que irme a la mili, La razón fue, que el que hacía de mayoral les dijo a los amos que iba al pueblo algunas noches; y que con el ganado iba todo el día leyendo y por estas causas me quedé parado, pero pronto me busqué trabajo por mi cuenta.

Me compré un burro, albarda y capachas y con esto iba a los almacenes de Manzanares, compraba frutas y verduras y las revendía en nuestro mercado, que estaba donde está ahora el jardín, frente a la Sociedad y el Casino. Terminada la venta de la plaza, cargaba el asno y me iba a vender por las calles para los que no querían salir de sus casas, y los Domingos vendía paloduz por la mañana. Con unas cosas y otras, sacaba un buen jornal. A los 8 meses de estar haciendo este trabajo me avisan de pastor para unos meses, justamente hasta San Pedro, nada menos que el Alonsito, el que me había aporreado cuando tenía 7 años. Como había pasado tanto tiempo, acepté y me fui con él. Dos días después nos fuimos con las ovejas a invernar a la finca del Terminillo, entre Calzada de Calatrava y el Viso del Marqués. Esto era el 13 de marzo de 1934. A las pocas horas de salir de camino comenzó a llover, y cuando llegábamos a la casa de Malpica granizaba y hasta nevaba. Aquí había un aprisco donde ordeñamos las ovejas, después seguimos avanzando hasta saltar la cuesta de Siles donde hicimos noche. Como aquí había monte cortarnos leña e hicimos una gran hoguera y sentados alrededor pasarnos la primera noche.

El guarda del quinto fue a vernos, cenó con nosotros carne y vino y nos hizo llevar a casa a las bestias. Al día siguiente salirnos caminando hasta el Boquerón que había donde ordeñar las ovejas, muy cerca del Moral, pero no había leña y pasarnos tanto frío que no pudimos dormir. El segundo día de camino fue tan malo corno el anterior, no sabíamos cuándo comer porque se nos quedaban las manos engarabitadas. Seguimos hasta llegar a la casa de Ciriaco donde había corrales. Allí, ordeñamos, cenamos y nos acostarnos a descansar. Amaneció el tercer día, que fue algo mejor que los anteriores, y a la puesta del sol. Un poco antes de llegar al cortijo el amo me mandó para que preparase la cena y cuando él llegó, ya la tenía hecha. A unos 50 m. de la casa teníamos el corral de barda, y la tienda de lona lugar donde yo tenía que dormir para guardar el ganado con la ayuda de un perro mastín, que también tenía el collar de púas para su defensa por si le acometía algún lobo. El amo dormía en la casa. Allí todo era monte, no había que guardar sembrados, y tenía tiempo de leer y escribir. Me llevaron de la Calzada una libreta en la que escribía cartas para amigos, para familiares, para jefes del ejército, para novias y para quien me parecía. El caso era escribir yo seguía con los deseos de aprender, también compré un cuaderno, donde escribí, todos los acontecimientos y fatigas que pasamos en los tres días que empleamos hasta llegar allí. Lo titulé «La historia de los pastores».