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Capítulo 11. El examen y el cursillo de formación

El día que teníamos que irnos de Madrid, nos hicieron un examen a los cuatro observatorios que tenía la brigada. De aquéllos tenía que quedar un observatorio compuesto de seis personas, que debían salir aprobados del examen entre los 24 que éramos. En las cuentas y problemas yo tenía alguna confianza, pero de las preguntas que nos hicieron yo no sabía nada. Recuerdo una que no la pude hacer peor y decía ¿en cuántas partes se divide la circunferencia? Acordándome del reloj que tiene 12 horas, se me ocurrió poner que se dividía en 12 partes. El error no pudo ser mayor. Tenía que haber puesto: Se divide en 360 grados sexagesimales y en 400 centesimales, o en 4 ángulos rectos de 90 grados. Lo aprendí bien.

El aparato que teníamos que manejar tenía un limbo, una pieza movible circular en la que marcaba todos estos grados con los que había que tomar las distancias y direcciones de los objetivos del campo enemigo. Esto se hizo en la calle Leganitos, junto a la plaza de España, donde residía el Estado Mayor y allí había que reunirse la brigada y los que nos habíamos examinado. Por la noche, después de cenar, había que salir de marcha a San Fernando de Henares. Un poco antes de la salida llegó un jefe a la puerta y nos dijo:

-Atención, los que voy a nombrar pasan al Servicio de Información del Estado Mayor, el resto que cojan el fusil y se incorporen a donde pertenecían anteriormente.

Yo tenía tragado que cogía el fusil, pero no fue así. Comenzó el jefe a nombrar y el que hizo cuarto fue Tomás. Yo no me lo creía, pero fue cierto. Media hora más tarde se puso la brigada en marcha, camino de San Fernando. De nosotros seis se hizo cargo Forcada que ya había ascendido a teniente. En medio del camino hicimos un descanso, luego seguimos la marcha y llegamos a la salida del sol. Nos metieron en un edificio junto a la plaza, en un pueblo que tema unos 30 vecinos.

Nuestro grupo, enseguida que desayunamos nos llevaron a una fábrica del agua de Coslada. Allí había hacinas de botellas y maquinarias pero no funcionaban. Al cargo había una famiJia. Esta casa estaba muy cerca del pueblo, y junto a la carretera que va de la estación al pueblo. Mi esposa se habia quedado en Madrid, pero pronto se vino conmigo. Hablé con la casera y le pedí que me diese una habitación de las que había vacías. Me la concedió, la mandé llamar y dos días más tarde estaba conmigo, además nos dieron una cama. Clara llevaba suministro, se lo daba la casera y comía con ellos. Todos los jefes fueron con nosotros, pero ellos se hospedaron en una casa que había entre viñas y árboles frutales, propiedad de unos señores. Por el día se iban con los soldados para hacer prácticas de las que tenían que hacer en Extrernadura. Nuestro teniente hacía lo mismo con nosotros, pero lo nuestro era como un cursillo de información. Practicábamos con un goniómetro de artillería. Tomábamos una distancia en el terreno y por medio de un mapa buscábamos la longitud que había hasta nosotros. Este mapa tenía signos convencionales, que había que aprendérselos durante el curso y al final representarlos en un cuaderno, que yo conservo en casa. El que no los hiciese sería suspendido. Los signos eran todos los accidentes naturales, que son hechos por la naturaleza y los artificiales que son hechos por la mano del hombre, en total había unos 80 signos.

Estas prácticas las hacíamos en una especie de playa que había en un río que pasaba muy cerca de San Fernando. También había un paseo de árboles donde descansábamos a la sombra y lo pasábamos bien. La clase era por la mañana. Cuando nos íbamos nos echaban tarea para que al día siguiente la dijéramos de memoria. Yo estaba toda la tarde estudiando y haciendo cuentas. Estaba comiendo y estaba pensando en lo que tenía que hacer. La siesta la pasaba bajo un olivo haciendo operaciones, al día siguiente cuando me preguntaba contestaba con soltura. Esto les llarnba la atención, más que nada por ser un pastor y ni siquiera haber ido a un colegio. Llegó a decírselo el teniente a los superiores.

Así pasaban los días. Llegó el final y otro nuevo examen. Este consisitía en presentar todos los signos sin haber tenido un mapa delante, además había que dibujar la Osa Mayor y la Osa Menor igual que están en el cielo. Todos aprobamos, y el pastor, en cabeza. Esto ya terminó, y una tarde con el sol puesto una caravana de camiones nos llevaron a todos camino de Aranjuez. Allí nos dieron de cenar y después nos montaron en un mercancía camino de Extremadura, en el que íbamos apretados igual que los borregos. Nos dieron suministro de fiambre para 24 horas, pasamos por Manzanares a las diez de la mañana donde paró media hora, pero no nos dejaban bajarnos. Nuestros familiares no sabían nada y no salieron a vernos. Desde Manzanares salirnos para Puertollano por donde pasamos con el sol puesto. También paró el tren pero no nos dejaron bajarnos. Arrancó el tren de nuevo, el destino era Cabeza del Buey donde llegamos un poco antes de hacerse de día, llevábamos dos noches de tren, con el calor que hacía y lo estrechos que íbamos no podíamos dormir. Con el sol fuera nos bajaron del tren, fuimos derechos a desayunar. El teniente fue a recogernos y nos llevó donde el Estado Mayor. Lo primero que vimos al bajar del tren fueron barrancos de los que habían hecho las bombas que habían caído los días antes. A mí me mandaron a comprar una gallina porque en este pueblo habían quedado muchos vecinos. Me la vendieron, después me fui a la plaza que había una fuente como la que hay en Membrilla.