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Capítulo 10. Las matemáticas entre los escombros

Tanta suciedad había en las trincheras que teníamos los piojos a montones, nos pasábamos la mano y caían al suelo. Jugábamos colocando un papel en el suelo, le hacíamos una raya en medio y a cada lado echábamos unos pocos, los que cruzaban la raya eran los que ganaban, había veces que se juntaban y se peleaban unos con otros, parecían bandos enemigos.

Fui teniendo suerte, de todos los atentados me iba escapando. Así se fue pasando el tiempo y nos metimos en el año '38. Otro contratiempo. Esta vez cogí las calenturas palúdicas y de nuevo al hospital de las Ventas. Se lo mandé a decir a la familia, advirtiéndoles que no era nada, pero Clarita, no estando conforme, se lanzó para Madrid sin avisar. Yo tenía una amiga con la que iba al cine por no ir solo, también se lo dije por teléfono para que fuera a verme. iEra tan triste estar en un hospital sin tener visitas! Y así lo hizo, me dijo el día que podía ir, pero se adelantó mi esposa. Corno ya he dicho y sin yo esperarla, se dejó caer en el hospital. Ya habíamos comido y estaba durmiendo, me despertó.

No me creía que era mi mujer, me parecía un sueño, pero era realidad. Este mismo día esperaba a Encarnita, la amiga de Madrid y le advertí que no dijera nada a esa chica que iba a venir a verme. Poco después la vi entrar con otra amiga suya. -Ya están aquí-, le dije. Iban mirando por mi fila a ver si me veían. Me habían pelado al rape y estaba desconocido y se pasaban sin verme y tuve que decirle: -Encarna, que te pasas-

Entonces se acercaron las dos y me preguntaron qué me había pasado. Mi esposa y la otra paisana no podían disimular lo que estaban viendo y la Encarna que no era tonta se dio cuenta de que entre aquella visita y yo había algo más que de familia, lo que les hizo marcharse muy pronto. Se despidieron de mí y todavía no han vuelto. Clara tenía unas primas en Madrid, y fue a verlas para decirles que si se podía quedar con ellas. Le dijeron que sí, se quedó y todos los días iba a verme.

En los días que estuve en el hospital dieron en el puente un asalto a la línea enemiga, no dio resultado; se tuvieron que volver y les causaron algunos muertos y heridos. Uno de los muertos fue el paisano José (Porrillas). Aquel y yo vivíamos en la misma casa. Él era el tercero de los paisanos muertos, también le dieron sepultura con caja pero yo no lo vi. Uno de los heridos fue Ramón López (Covanchas}. Lo llevaron donde yo estaba y fue él quien me contó Jo que había pasado.

Le dieron el alta antes que a mí. Cuando salí del hospital volví donde tenía mi trabajo. Llevábamos en aquél frente un año, estábamos en el '38.

En el observatorio habíamos tenido un cabo que era perito mercantil del Estado, y porque tenía carrera le decían mis compañeros «enchufa'o» que quería decir fascista. Ante esa situación solicitó irse a una academia a estudiar, pero esto solo lo supe yo. Se lo aprobaron, y cuando se marchó, les cogió a todos de improviso. Cuando aprobó y salió al frente, me escribió una carta en la que me contaba toda su vida. Se llamaba Nicolás Pérez Sama.

A éste le sustituyó Jorgito, topógrafo del Estado, que dibujaba las líneas del campo enemigo y del nuestro, el río y las distancias que separaban una de la otra. Como yo seguía con el afán de aprender, cuando lo veía hacer esas cosas, planos y croquis, le decía que me enseñase a hacer cosas de aquellas. Todos se reían y gastábamos la broma, pero un gracioso y con cachondeo, un día de los que iban los jefes a vernos, le dice: - Aquí tienen Uds. al pastor de Membrilla que cuando vaya a su pueblo tiene que ser el alcalde. Siempre está con Jorgito para que le enseñe a hacer lo que él hace-. -Eso no está mal-, le contestaron.

Aquéllo les llamó la atención a los jefes y lo tuvieron en cuenta algún tiempo después. A los pocos días, cogí un catarro tan grande que me mandaron al hospital. Aunque luego estuve sólo ocho días.

Cuando volví no estaba Jorgito. Lo habían acusado de fascista y se lo habían llevado a las checas de Madrid. No lo he vuelto a ver. Fue mejor que no estuviese cuando se lo llevaron, yo no valía para esas cosas, para mí todos eran buenos. A este le sustituyó un sargento de Estado Mayor, Manuel Forcada. Todavía me carteo con él. Este no tenía carrera pero sabía mucho. Dominaba tres idiomas y escribía taquigrafía.

Unos días después nos mudaron el observatorio a la plaza de la Moncloa, al último piso de la casa de la fábrica Gal. Hacía esquina a la plaza, y la parte que daba al poniente estaba hundida de arriba abajo y cuando íbamos por las escaleras del ascensor a hacer la guardia veíamos toda la plaza y a lo lejos los frentes. Desde allí vigilábamos el Clínico y otros edificios, que todos estaban en construcción. Con nuestros anteojos veíamos a los requetés y a los moros que eran los que cubrían aquel frente. Arriba teníamos una centralita, con la que nos comunicábamos con ocho puestos de mando, a los que transmitíamos todo el movimiento que observábamos. A esta plaza daba la cárcel modelo y al resguardo de sus paredes había una batería de artillería, pero los nacionales, que eran los enemigos, sabían que estaba allí y cuando querían tiraban con sus cañones a los nuestros. A las piezas no podían darles pero caían por la plaza y otros alcanzaban el edificio donde estábamos nosotros y éste temblaba como si fuese un terremoto. El miedo no podía ser mayor. Desde allí nos mudamos al barrio de Rosales, que estaba todo deshabitado, todas las casas hundidas. Nos instalamos en una casa que había una caballeriza con más de 20 pesebres. Para pasar, lo hacíamos por encima de los escombros y de entre ellos extraje una aritmética destrozada,. La coloqué como pude y en ella estudiaba matemáticas cuando me era posible. Me la traje al pueblo y todavía la conservo, porque me ha servido de maestro.

Desde Rosales vigilábamos el movimiento del enemigo en la carretera de Villaverde a Carabanchel y viceversa. Esto se le hacía saber al Estado Mayor y él tomaba sus medidas. Ese era nuestro trabajo. Se iban pasando los meses, y en el mes de junio, los jefes, por ascender, dispusieron llevar la brigada a operar a Extremadura, pero antes había que hacer algunas prácticas y descansar.