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Capítulo 9. Mi boda con Clara y testigo de más muertes

No paró aquí la cosa. Una vez anochecido, creyendo que venía el enemigo, nos mandaron hacer fuego. Cuántos tiros tiraría que se me hizo el fusil ascua y se partió por medio. Yo creí que había sido mi salvación y que ya no tiraría más tiros. Me fui a la casa donde estaba el jefe y se lo entregué, pero enseguida me dió otro nuevo y me dijo:

- iMárchate enseguida al puesto que tenías!

Me fui y seguí con la misma faena. Poco después, lanzaron dos bengalas que iluminaron todo el campo que había delante de nosotros y cuando vieron que no había nadie, mandaron alto el fuego. Esto ya era de madrugada y hasta que no fue de día, no nos relevaron. En la casa, volvimos a juntarnos todos los paisanos y a ninguno nos había pasado nada, entre ellos se encontraba mi buen amigo Juan Arroyo «el piñoncillo», que hacía las veces de cabo. Después pasó mucho tiempo sin haber escaramuzas. Un día de los que iban los jefes viéndonos por las trincheras, me preguntaron si quería ir a un observatorio, y yo, sin saber lo que era aquello, dije que sí. Me tomaron la filiación y se marcharon. Habrían pasado unos 15 días cuando me llevaron a la casa del guarda de la piscina que está lindando con el río Manzanares, la vía de Irún y el puente de los franceses. Allí había 4 soldados y un cabo. Quedé incorporado al servicio de primera línea. Este observatorio estaba montado entre los raíles del tren y entremedias del puente de la carretera y del río Manzanares. Desde allí vigilábamos el cerro de Garavitas y otras trincheras más. Éramos cinco para hacer guardias. El cabo sólo hacía los partes que nosotros dábamos y los pasaba al Estado Mayor.

La cosa seguía muy tranquila por ambos bandos, pero un día del mes de septiembre, comenzó la artillería a tirar proyectiles justamente al observatorio donde estaba yo de guardia. Llamé a la Comandancia, dije lo que pasaba y pedí permiso para retirarme. Me lo concedieron y cuando iba por la trinchera cayó un obús encima, tronchó las traviesas de la vía y me quedé atrapado. Viendo los compañeros que no salía fueron en busca mía y me encontraron enterrado entre tierra y madera. Me llevaron al hospital de Ventas que estaba en un colegio. Las heridas eran leves, algunos cortes de las traviesas y quebrantada la carne de toda la espalda, que todavía se conocen algunas señales.

Mi boda con Clara 

A los quince días me dieron el alta y ocho días de permiso. Me fui al pueblo, que fue una gran alegría para mí, para la familia y para la Clara que era mi novia. Hacía seis meses que no nos veíamos. Como cuando me fui al frente tenía la casa puesta para casarnos, aproveché aquélla oportunidad y lo hicimos por lo civil porque no había sacerdotes. El enlace lo hicimos el día 27 de Septiembre de 1937. Entonces se estilaba que los amigos del novio no lo dejaban acostarse la primera noche de casados, y así lo hicieron con nosotros. Se llevaron al dormitorio una bombona de zurra y unos aperitivos y toda la noche estuvieron a nuestro lado sin dejarnos mover hasta que había una hora de sol y el patio lleno de vecinas, que eran muchas las que había. Entonces pensé meterme en la alcoba para estrenar la cama pero no pudo ser porque llegaron los familiares a llevarnos el desayuno, ya lo dejamos para después de comer y así descansar un rato. Como veréis, poco duró la luna de miel porque cuatro días después tuve que marchar al observatorio, de donde salí soltero y volví casado.

Testigo de más muertes

Reanudé mi trabajo haciendo las guardias en el puesto que teníamos. Todo estaba tranquilo, pero un día volvió el enemigo a tirar a nuestras trincheras. Esto duró poco y era media tarde. Cuando cesó el fuego, me tocó de ir a las trincheras para informarme si había ocurrido algo. A uno de los que pregunté era paisano, José Patón (Mame) que estaba escribiendo una carta a sus padres. Yo le dije:

lQué te cuentan del pueblo?-

- Nada, aunque yo les cuento que han matado a Mesnera en Ja Cuesta de la Reina, y les digo que eso son «gajes del oficio»-

iQuién le iba a decir a él que le quedaban unas dos horas de vida!

Hice el recorrido, no había pasado nada y cuando volví se había marchado para hacer una guardia en un escucha, no pudo echar la carta porque a las 9 de la noche estaba en la aspillera escuchando y como tan cerca estábamos unos de los otros. que le pegaron un tiro en la cabeza y ni siquiera se enteró y cuando fue el relevo se lo encontraron muerto y lo llevaron derecho al cementerio del Este. Cuando fue de día fueron los paisanos a darme la noticia, enseguida nos fuimos a verlo y a reclamarlo para hacerle el entierro. Le preguntamos al encargado del depósito por José Patón. Nos llevó donde estaba. En una mesa de cemento, estaba desconocido, igual que todos los que había que eran muchos. El suelo parecía un matadero por la sangre que había. Nos volvimos al puente, hablamos con el jefe para decirle que le queríamos hacer un entierro, nos dijo que nos ayudaría y que también iría con nosotros. Así lo hicimos. Le compramos un ataúd, una corona, un bote de colonia y un pañuelo de seda, con el que le tapamos la cara. Le hicimos todo como si hubiésemos sido su familia. Le dimos sepultura y allí quedó para siempre (E.P.D.).

Como morían tantos los enterraban en fosas comunes y el que no tenía a nadie le echaban la tierra encima de su ropa. Con este iban dos. Al primero no Je pudimos hacer nada porque estábamos recién llegados. Aquello nos entristeció un poco a todos los paisanos porque al1í no se esperaba otra cosa y no sabíamos a quién nos iba a tocar.

El tiempo pasaba y todo estaba en calma. pero siempre vigilándonos unos a los otros. Una mañana terminé de desayunar y salí de la casa de la piscina al patio donde había una pila y un grifo, e iba a fregar el plato ya que allí era donde fregábamos todo, pero se conoce que ya nos habían localizado y nos vigilaba el enemigo desde el cerro de Garavitas donde tenían toda clase de armamento, y cuando estaba en la pila me lanzaron desde el cerro un mortero que cayó a dos mestros de mí. Cuando sentí la explosión, me puse el plato en la cabeza y cuando caía la metralla daba en el culo del plato pero sin fuerza. Este era el tercer susto desde que estaba en el puente. De esta me escapé porque el patio tenía arena y la metralla subió para arriba. Si llega a estar adoquinado corno la carretera, la metralla hace «un abanico» a la altura de un metro y me habría segado por medio del cuerpo, como les pasó unos días después a los cocineros que nos llevaban la comida. Paraban al abrigo de la casa y ni los veían pero sabían donde estaban a la hora de la comida, lanzaron dos morteros, cayeron en el adoquinado de la carretera, se abrió la metralla, a uno lo mató y al otro le cortaron las dos piernas. Eso era lo que me podía haber pasado a mí los días antes.