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Fotografía de Tomás de niño

Capítulo 1. Una niñez muy corta. Sin tiempo para vivirla

Soy Tomás Megías Marqués, nací en Valdepeñas el 28 de febrero de 1.912. Dos años más tarde, mi familia se trasladó a Membrilla, donde vivo en la actualidad. Mi niñez fue muy corta. No me dio tiempo a vivirla. En mi casa, la situación económica era tan precaria que a la edad de seis años me fui de pastor con un cabrero que servía la leche a domicilio desde la cabra. Mi trabajo consistía en sujetar las cabras junto a la puerta mientras mi patrón despachaba la leche. Terminada esta faena, desayunábamos y nos íbamos al campo a pastar hasta la tarde. Este hombre era cojo y el camino lo recorría montado en un asno que tenía. Yo iba delante de las cabras para que no corrieran. El salario por este trabajo era sólo la manutención, y cuando llovía me daba una chaqueta suya que me servía de capote, porque yo no tenía. Esto era en primavera y verano, pero cuando llegó el frío me opuse a este trabajo y me fui a mi casa. Me pegaron algo, pero yo no voy con el cabrero.

Pasados los meses más fríos, me llevaron a la escuela del Sr. Pepito. Este señor no había sacado la carrera de maestro y daba clase en su casa. Esto me gustaba y se me pegaba bien. Pronto aprendí las letras de la primera cartilla de aquellos tiempos. Este maestro hasta tenía una esfera y manecillas de madera y con un puntero nos hacía marcar las horas que él nos decía.

El tiempo pasaba, ya era otra primavera. El maestro me dijo que tenía que llevar la segunda cartilla. Yo, tan contento. De la alegría al disgusto. Este mismo día por la noche que era a primeros de mayo, fue el Sr. José Jiménez (Capelares) a por mí para guardar cabras de nuevo y corno hacía buen tiempo me obligaron a que me fuese. Aquí ya ganaba cinco pesetas al mes y la manutención, pero este contrato duró poco. Yo iba al campo con un hijo del amo que se llamaba Alonso. Tenía unos veinte años y algo travieso, y un día en el campo me enseño una pistola de dos cañones. Yo no sabía lo que era aquello, se lo pregunté y me dijo que era para si venía algún gitano, pegarle dos tiros y matarlo. Yo me asusté un poco. Al que hizo cuatro días, por la tarde, cuando veníamos al pueblo con las cabras por el camino de la Peñona, un poco antes de llegar al pueblo, yo iba delante de las cabras sujetándolas. Como estas se ladeaban para morder en los sembrados, Alonso les tiraba el cayado, y una de las veces, decía que se le había ladeado y me dio en la cabeza. Cuando llegarnos a su casa llevaba un chichón corno una castaña. Me pusieron un patacón y una venda y le regañaron mucho, pero yo estaba haciendo idea. Cenarnos, me marché a mi casa y a otro día no fui, y viendo que no acudía fueron a por mí prometiéndome que no volvería a pasar, pero yo no volví. Me quedé con la venda y el patacón, pero tampoco cobré lo que me pertenecía de los cuatro días, que era 33 céntimos.

Esta fue la causa de que volviera de nuevo a la escuela con mi segunda cartilla y cada día me encontraba más contento pues ya me hacían cuentas de sumar. El verano iba pasando; la segunda cartilla la estaba terminando, por lo que pronto tenía que pasar al libro, pero este pronto no ha llegado todavía.