Unos días después comenzó a dolerme la espalda, me daba fiebre. Me mandaron a Herrera del Duque que había una enfermería, comenzaron a darme calmantes, se me quitó a los seis días y me mandaron a mi puesto. pero a los ocho más, me dolía mucho más. Los jefes me decían que es que quería irme a mi pueblo a ver la ovejas, pero al fin les dijeron los médicos que me reconociesen bien y entonces fue cuando descubrieron que a consecuencia del accidente que tuve en el puente de los Franceses se me había producido un derrame pleural de mucha envergadura. Me despedí de los compañeros y no nos hemos vuelto a ver, por que enseguida salí en una ambulancia evacuado. Pasé por Siruela, Agudo y en Almadén me montaron en un tren hasta Ciudad Real. Cuando llegué, avisé a mi familia. Fueron a verme y Clara se quedó conmigo hasta que me dieron el alta.
Estuve más de 20 días y todos los días me sacaban una jeringa grande de líquido de la espalda. La fiebre era continua y hasta pasaba de los 40 grados. No comía. Estaba a base de inyecciones. Me quedé casi en el esqueleto. Un día de los que estaba mejor me dijo mi esposa que me levantase. Ella me cogería y daba un paseo por la sala. Lo acepté, y nada más desplazarnos dos metros de la cama, nos tuvimos que volver, me mareé, me puse muy malo y tuve que seguir en cama. Unos días después comencé a comer algo y me fui restableciendo. Cuando creyeron los médicos que estaba bien, me dieron el alta. Me mandaron a Uclés de la provincia de Cuenca para que hiciese reposo hasta que estuviese en condiciones para incorporarme a mi unidad, cosa que todavía no ha llegado. Llegué a Uclés. Al día siguiente me pasaron por Rayos X y tras un buen reconocimiento médico, me dijeron que qué médico me había dado el alta, que me quedaba mucho daño. Por lo que aquel mismo día fui trasladado a Madrid a un hospital que había en Charnartín, en un colegio de niños. Al cargo había un capitán médico que fue el que me trató.
Cuando llevaba unos días le escribí una carta a la mujer de uno de mis compañeros, Restituto. En seguida que pudo fue a verme. Me ofreció su casa para lo que me hiciese falta cuando me diesen el alta. Allí, el tratamiento eran dos inyecciones diarias, una intravenosa y otra intramuscular. Llegó un día que ya no podían ponerme la inyección de la vena. De tanto pinchazo corno tenía, llegó a formarse un callo que todavía lo tengo. Allí estuve dos meses.
Me dieron el alta y me mandaron a la calle Torrijos, donde había un cuartel en una iglesia. Allí iban las quintas que llamaban hasta que las mandaban al frente y fui en espera de pasaporte para incorporarme a mi destino, pero antes fui a ver a los familiares de mi esposa, donde había estado ella durante el tiempo que estuvo conmigo en Madrid. Era un 3º y cuando llegué arriba, iba sofocado. Creí que era de tanto tiempo como llevaba en los hospitales y casi siempre en cama.
Cuando llegué al cuartel les conté a los que había lo que me había pasado por la tarde y me dijeron que me apuntase a reconocimiento, que allí había un médico. Así lo hice y al día siguiente me presenté a él. Me preguntó qué me ocurría, si había salido del hospital el día antes. Le conté todo lo que me había pasado, entonces me hizo un buen reconocimiento y me mandó a otro sitio con una carta cerrada, fui, la entregué. De allí me mandaron a Montasquinza, 1. Aquello resultó ser un tribunal médico. Media hora después llegaron dos médicos. Los que me miraron por rayos X y me dieron el fallo. Mientras me miraban, ellos consultaban y oí decir algo de inutilidad. Terminaron y me dieron otra carta cerrada y tuve que llevarla a donde me habían mandado antes. Nada más salir a la calle la abrí con la punta de la estilográfica que tenía, me enteré de lo que decía y la volví a cerrar. Cuando la entregué me dijeron que por qué la había abierto. Yo lo negué, dije que se habría rozado con Ja pluma al meterlo en el bolsillo. La cosa no pasó de eso y me mandaron otra vez al cuartel de Torrijos hasta nueva orden.
