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Capítulo 38. El canto del cisne. "La gloria llega tarde"

Y siguieron sus actuaciones en la radio con gran éxito, reclamado por la audiencia y los locutores que veían como aumentaba la popularidad del programa de nocturno que dirigían. Después de media docena de programas volvió a darse cuenta de que repetía los chiste ´las canciones e incluso las peroratas intermedias y empezaron a decirle que “Eso ya lo has dicho” o “A ver si cambias de repertorio que ya lo tenemos oído” Aquello le hizo intentar recordar sus antiguos temas y rebuscar en el desván de la memoria, algo novedoso, pero terminó por recurrir a Cristián para que le proporcionara materiales. “Antonio, yo puedo facilitarte algo, pero creo que debieras crear algo nuevo e impactante, hablando de lo que acontece hoy en día y de los protagonistas del pueblo. Siempre se te ha dado bien, así que inténtalo y ponte a ello”

Y Cristian le facilitó una canción bufa en “italiano macarrónico”

TRAXEDIA DEL BARÓN DE CHENTEMATA

Traxedia desarrollata en el ruinoso castello del barón de Chentemata

Si no es cherta y veritata que me arranquen un capello.

Tras morisca ventaneta, la primorosa Giuleta,

Con el semblanti contenti,

Entona una cancioneta, que vola en alas del venti.

Es sua voche deliciosa e más fresca que una rosa,

¡Quizás demasiado fresca!

Per que a la fenestra asomatta, está pelando patatas

Con un sable de la tropa.

A bordo de una barcueta llega un mancebi elegante,

Con gorra de sportman, guanti, e le gabán con faldeta,

Fumando “Brebas” a pasti, tramando algún plan siniestri,

Per que a la paloma casti le fache con el ojo diestri

La seña del “As de Basti”.

La doncella enamoratta, le arroja una escalinatta,

Fabricatta con cordelli, e per la cual, la donchelli,

Como un fellini escallatta.

Le patre que era un Nerone, observa la operachione,

Desde un huerto exuberante, donde tiene plantachione

De pimentoni picante.

Aparte le pimentoni cultivaba le meloni, le chufi le remolache

¡Le macarroni! e le turrón de guirlache.

Le famosi caballiere de su honori se ricorda,

Et trepando per la corda, subiose al piso primero

Portando una estaqui gorda.

Les tritura el esqueleti, poniendo al uno en tomatti,

Y al otro a la vinagretti

Et lanzándose después en direcchione verticale sobre un peñasqui

Quedóse allí le Baroni ¡Como un huevini sin casqui!

Tutos los astros del chelo es vistieron de escarlata

Desde entonces, no es camelo, no hablaré más del castello

Del Barón de Chentematta.

Aquella balada fue del gusto del auditorio radioescucha y comenzó a pergeñar su obra crítica con las personas del pueblo como le había propuesto Cristian. “Si haces critica de los conocidos, inclúyeme a mí. No quiero que piensen que yo tengo patente de corso.” Y así fue como compuso la perorata empezando por él mismo.

“LOS PERSONAJES DELUSTRES DEL PUEBLO DE LA MAMBRILLA”

Yo, Antonio Morales: “El cabinas.”

Especialista en llamadas intempestivas y de todas clases. Goza con los insultos que le prodigan. Odio visceral a las personas que siguen sus alienadas costumbres. Se pueden predecir los cambios del tiempo por sus cambios de humor. Parásito social.

Cristian: “El Bunker”

Artista y Ex director de la desaparecida revista de información “La Cal” de breve existencia.

Neurohistérico y maniático. Burócrata e inteligente. Si sus ataques de histeria alcanzan su cenit, puede resultar peligroso. Su pecado, estar rodeado de ineptos que le hacen fracasar en las empresas que acomete.

Antonio Aldea: “El camaleón”.

Concejal de la “Cosa”. Por su diversidad de colores, muy dado a usar chaqueta para que no se vea la “camisa azul” que lleva puesta.

Perico Graciano: “El Dios”.

Director de la agrupación de música. Atacado por la fiebre musical del momento y tratando de inculcar en la juventud del pueblo sus propias ideas musicales.

Juan Díaz Pataquines: “El Léxico”

Profesor de filosofía. Desmesuradas ambiciones políticas soñando con otra dictadura que le haga feliz, cosa harto difícil.

Corazón de León: “El Trompo”.

Bailando al son que otros tocan. Paseante de procesiones con las manos a la espalda. Bigote a lo Tejero y esperando el más mínimo resquicio para dar el “Golpe”.

Miguel Sogueta: “Falconeti.”

Bizco de nacimiento, con un ojo mirando al sur y otro al norte de sus propias inquietudes y ambiciones políticas.

Luis López: “El Fiscal”.

Político sin carnet, oculto en la sombra al amparo de sus propios devaneos.

Alberto Peraleda: “Yo Sigo”

Antiquísimo presidente de la comisión de festejos y otras zarandajas. Más dado al lucimiento personal que a la eficacia constructiva.

El juez Catón: “El juez Klein”

Recuerda a un personaje del Oeste, pero con menos agallas y más afán de lucir el cargo.

La policía Municipal: “Los justicieros”

Paseantes de la villa en su unidad móvil, con su uniforme parecido al que usa el tercio de Regulares; lo que no son ellos precisamente.

Antonio Novotas: “El Chulo”

Exmandatario munícipe. Petulante payaso y carnavalesco. Ha alcanzado su cenit luciendo traje y bastón en las procesiones.

Manuel Tolosa: “El tartaja”

Ex concejal del ejercicio físico. Se encasquilla hablando como una escopeta vieja. Soberbio, fatuo y engreído. Ha abandonado los principios religiosos de su primera edad. A lo más que puede llegar es a desorganizar carreras infantiles.

José Mª el síndico: “el Pelota”

Consiguió su puesto “digitalmente” hasta que ganó la plaza en C. Real.

José Megías: “el Bisagra”

Exalcalde, influenciado por malignas corrientes fue restituido a vender sartenes de donde no debía haber salido.

Cosme Jiménez: “el Bonachón”

Escaso de recursos e ideas, que a pesar de su amor por el pueblo le hicieron dimitir de alcalde.

Manuel Álvarez: “el Bohemio”

Sabe ver las cosas pequeñas e insignificantes de la vida en todo su esplendor y belleza. En él tiene Cristian un eficaz peón de brega.

Manuel Villegas: “el Pomposo”

Reprimido personaje que si lo sacas de su papel de celofán social en que está envuelto se derrite como un azucarillo.

Francisco Jiménez: “Cacharrito”

Ex miembro de la comisión de festejos. De tipos como él están llenos los vertederos de este país.

Juan José Muñoz: “Expolicía municipal”

Si se llamara “el Turrunero” la faena sería completa.

Pedro Menchén Blanco: “el Mánager”

Cartero urbano. Pícnico y obeso personaje. Vejeta más que vive. Pusilánime y sandezón. Tonto perdío.

Estos son el ramillete de lumbreras de que dispone nuestro pueblo. ¡Que no nos pase ná! ¡Que sea agua solo!

Así terminaba el “juicio sumarísimo” que realizaba a ciertas personas del pueblo.

“Antonio, si sales vivo de esta ya no te puede pasar nada” le comentó jocosamente su amigo Cristian, que no se tomaba en serio la reseña dedicada a él, pero que sabía cómo se las gastaban los demás. “No te preocupes” le contestó Antonio. “Estos son unos “zamuzos” que empezarán a mascullar veladas amenazas que no pasarán de eso o todo lo más unas voces destempladas y amenazantes.” “Este “Rija” lo que necesita es un par de ostias bien dadas:” Y así fue, resultando la comidilla del pueblo entre risotadas estentóreas.

Antonio había descargado toda su munición y ya no le quedaba nada en el zurrón. “Los personajes Delustres” eran su canto del cisne. Ahora tenía que dializarse más a menudo, no consiguiendo eliminar todo el líquido de sus riñones, por lo que su deterioro iba en aumento. Ya no salía para nada más que a dializarse. Cristian y Duquez le hacían compañía y le llevaban al peluquero o al podólogo para que le cortara las uñas de los pies que parecían de aguilucho. Y terminó siendo ingresado en Ciudad Real donde podían atenderle y cuidar su cada día más quebrantada salud.

Fue por aquellas fechas cuando se enteró de la muerte de una de sus referencias como humorista y cantante. Emilio el Moro, que moría al quedarse dormido con un cigarro encendido en la cama, lo que le ocasionó quemaduras que provocaron su muerte.

En una de las visitas de Cristian a su casa le obligó a que se quedara con unas cuantas cintas de cassette de Emilio el Moro que Antonio guardaba con mucho cariño. “Se, que estando en tu poder estarán cuidadas y seguras” Y así fue. De nada sirvieron las razones de su amigo para no aceptar el regalo y tuvo que quedarse con las cintas dichosas, aunque a él no le hicieran la menor gracia.


Antonio Morales, Rija

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