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Capítulo 37. Vuelta a la vida. "Estar de juerga más tiempo que muerto"

Su buen humor en adelante se tornó más ácido e irreverente si cabe, arremetiendo inmisericorde con todo aquel que como él decía “No tenía una buena palabra, ni una buena acción” Se atrevía con las autoridades ya fueran policías municipales, concejales o el mismo alcalde, sin que estos se atrevieran a contestarle. Y es que sucedía lo que Antonio repetía a menudo “Este es un pueblo tan chico, que hay que salirse fuera para cambiar de opinión” o cuando discutía con alguno muy terco y terminaba cabreado.  

“No es conveniente matar a un tonto, porque al entierro vienen muchos más”

Muy pronto fue reclamado por locutores que ya le conocían para que les acompañara en sus programas de radio a lo que a Antonio se prestaba gustosísimo y daba rienda suelta a todo el bagaje de frases, chistes, imitaciones y canciones que formaban su repertorio que se había quedado algo anticuado, pero que seguía haciendo reír, y a veces a carcajada limpia. Así fue a la radio de Valderrocas, Radio Besana al programa “Directo al Corazón”, con Juan, el locutor del mismo. Allí monopolizaba el micrófono y no dejaba meter baza a nadie con su verborrea sin fin. Contaba su vida y milagros de forma acelerada como ráfagas de ametralladora impidiendo que le pudieran preguntar algo relacionado con el amor.

“Para mí el amor es platónico. Amo a mi madre que me cuida y mima, a mi amigo Duquez y su mujer Mª Paz que están en Valencia, o amo los tebeos del Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín… eso es para mí el amor; y a mis gatitos también. Yo no he conocido el amor de una mujer y no lo echo en falta.” Contaba chistes tan deprisa que casi no se entendían. “Estando Franco en Toledo en un homenaje a Federico Martín Bahamontes, le comentó Franco a Bahamontes “Usted y yo debemos ser parientes porque yo soy Bahamonde y usted Bahamontes” a lo que contestó el ciclista. “Con una diferencia. Que yo soy el “Águila de Toledo” y usted el “Mochuelo del Pardo”. Y seguía con retazos de su vida.  “Yo no sé ni peinarme, y para cortarme el pelo me tiene que llevar a la peluquería mi amigo Cristian. Pero de todas formas y a pesar de todo y hasta que me muera, ¡pienso estar de juerga más tiempo que muerto!”

Y en semana santa estuvo cantando saetas con muy buen tono y éxito entre la audiencia, compartiendo el micrófono con su amigo y también cantante, José Adolfo Tabasco, que se había ofrecido a llevarlo a la radio. Todo volvía a ser como antes para Antonio que disfrutaba enormemente con sus actuaciones variopintas en la radio. Los oyentes llamaban en aluvión preguntando por él e interesándose por su enfermedad y Antonio se extendía en explicaciones que a veces incluían los detalles técnicos del método para realizar la diálisis.  Cristian le aconsejó que no se extendiera en detalles que a veces resultaban dolorosos y que no se repitiera en sus actuaciones porque decaía el interés de la audiencia, y tuvieron que echar mano del material que disponía Cristian, y que con tanta gracia parodiaba Antonio causando un  delirio de risa.

 

EL CONDE SISEBUTO

A cuatro leguas de Pinto y a treinta de Marmolejo

Existe un castillo viejo que edificó Chindasvinto.

Pertenecía a un caballero feudal y algo bruto,

Se llamaba Sisebuto, y su esposa Leonor,

Y Cunegunda su hermana, y la otra Berengüela,

Y una hermana de su abuela, que atendía por Mariana,

Y su cuñado Vitelio, y Cleopatra su tía,

Y su hermana Rosalía, y su hijo mayor Rogelio.

Era una noche de invierno, noche cruda y tenebrosa,

Noche sombría, espantosa, noche fiera, noche helada,

Noche llena de amargura, noche infausta, noche airada,

Noche triste, noche oscura, en la que no se está para nada.

En un gótico salón dormitaba Sisebuto,

Y un lebrel seco y enjuto roncaba en el portalón.

Con gemido lastimero el viento fuera silbaba

E imponente se escuchaba el furor del aguacero.

Cabalgando en un corcel de color verde botella,

Raudo como una centella llega al castillo un doncel.

Empapada trae la ropa por efecto de las aguas,

Y como no trae paraguas iba el pobre hecho una sopa.

Llega al foso, salta el muro, la poterna está cerrada;

¿Me ha dado “mico” mi amada?, exclama ¡vaya un apuro!

De pronto, algo que resbala siente sobre su cabeza,

Levanta el brazo y tropieza con la cuerda de una escala.

¡Ah!, dice con fiero acento, ¡Ah!, repite victorioso,

¡Ah!, vuelve a decir airoso, ¡Ah, ah, ah!, y así hasta ciento.

Sube, que sube, que sube, trepa, que trepa, que trepa,

En brazos cae de un querube: la hija del conde: la Pepa.

En lujoso camarín introduce a su adorado,

Y al notar que está mojado lo seca bien con serrín.

Lisardo, mi bien, mi anhelo, el único a quien adoro,

El de los cabellos de oro, el de la nariz de cielo.

¡Qué sientes, Lisardo amado? ¿No sientes nada a mi lado?

Siento frio. Estoy helado.

¡Frio has dicho? Eso me inquieta, ¿Frio has dicho? Eso me espanta;

¡No llevarás camiseta! ¿Verdad? Pues toma esta manta.

Ahora hablemos de cariño que a nuestras armas disloca:

Yo te adoro como un niño. Yo te amo como una loca.

Mi pasión raya en locura. La mía es de arrebato.

Si no me quieres me mato. Si me olvidas me hago cura.

¿Cura tú? ¡Por Dios bendito! No repitas esas frases

Por jamás de los jamases, ¡Pues estaría bonito!

Hija soy de Sisebuto desde mi más tierna infancia,

Y, aunque es mucha su arrogancia, y aunque mi padre es un bruto,

Y, aunque temo sus furores, y, aunque sé a lo que me expongo,

¡Huyamos, vamos al Congo, a ocultar nuestros amores!

¡Bien dices, bien has hablado! Huyamos aunque se enojen,

Y si algún día  nos cogen que nos quiten lo bailado.

De pronto se abre la puerta y cual terrible huracán

Entra el conde, luego el can, luego nadie, luego nada.

¡Hija infame! Ruje el conde, ¿Qué haces con ese señor?

¿Dónde has dejado mi honor? ¿Dónde, dónde, dónde, dónde?

Y tú, cobarde villano, antipático, repara,

Cómo señalo tu cara con los dedos de mi mano.

Tan grande fue el bofetón, que el doncel, dando un  traspiés,

Hizo añicos un jarrón de un antepasado inglés.

El conde, harto enojado se salió de sus casillas,

Sacó un puñal del costado y se lo hundió en las costillas.

El amante quedó seco, la hija murió de espanto,

El conde se volvió loco, y el perro no llegó a tanto,

Pero le faltó muy poco…

Y acaba esta leyenda verídica, interesante,

Histórica, fulminante, enternecedora, horrenda,

De aquel castillo tan viejo que edificó Chindasvinto,

A cuatro leguas de pinto y a treinta de Marmolejo.

 

El éxito fue apoteósico, quedando comprometido en volver al programa otra noche.


Antonio Morales, Rija

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